En cuanto llega el otoño salen a la palestra pediátrica los mocos.
Después de unos cuantos años como pediatra explicando el porqué de estos viscosos componentes nasales a muchos papás preocupados, acabé elaborando mi propio «decálogo» de este tema tan vigente como ancestral. Allá va.
Literalmente. En primer lugar, porque están compuestos por células que pertenecen al sistema inmune. Pero, además, protegen físicamente, al crear una especie de barrera que obstaculiza la entrada de los gérmenes por las puertas más habituales, que son la nariz y la boca. Por algo son pegajosos: el cuerpo está muy bien diseñado. Tendrán mocos los niños más pequeños, que son los que están teniendo infecciones víricas frecuentemente. A medida que nuestros nenes crecen, van teniendo menos mocos.
2. Si los mocos son defensas, menos mal que hay mocos.
¡Los mocos son buenos! 🙂
3. No es cierto que el color y consistencia de los mocos se relacione inequívocamente con la causa que los produjo.
Osea: los verdes no tienen por qué ser causados por una infección más virulenta que los amarillos, los blancos o los transparentes. Lo cierto es que la mayoría de los catarros comienzan con abundancia de mocos transparentes y acuosos, que van transformándose en mocos más consistentes y oscuros (amarillos o verdes), porque se van secando.
4. No pasa nada porque los niños se coman los mocos.
Esto me lo han preguntado alguna vez y no, no pasa nada.
5. El problema es que los mocos, sobre todo en los lactantes, pueden ser malos amigos (o buenos enemigos, según se mire).
Un bebé ya grandote de veinte meses va a sobrellevar un catarro con la habitual producción continua de mocos probablemente sin problemas; pero podría no ser así en un lactante de 6 semanas, porque los mocos no le van a dejar respirar bien y por tanto comerá menos y dormirá mucho peor de lo habitual.
6. Si te has sorprendido pensando que…
“siempre, siempre, siempre, está con mocos”, has de saber que ése es el escenario realista: los niños pequeños que ya van al colegio o a la guardería van a lucir mocos más o menos desde septiembre a mayo. O junio.
7. Más noticias realistas (no son malas, ¡son realistas!):
no hay ningún medicamento para quitar los mocos. Y si lo hubiera, debería usarse sólo en casos muy seleccionados, porque como dije antes, los mocos son buenos.
Sí que existen unos fármacos llamados mucolíticos, que sirven -en teoría- para que el moco sea más fluido y por tanto se expulse con mayor facilidad. Pero esto aún no se ha demostrado con la suficiente evidencia científica.
Además, los niños suelen expulsar los mocos ellos solos, pero ojo, no siempre los expulsan hacia afuera o de forma visible: a veces salen de las fosas nasales no por delante, sino por detrás, y llegan a la garganta y de ahí al estómago. Se tragan (y esto no es malo). Lo que nos lleva al punto 8.
8. En ningún caso los mocos «bajan al pecho».
Los mocos se producen en el pecho mismo. O, mejor dicho, en los bronquios si es que éstos están irritados. No hay nada que uno pueda buenamente hacer para evitar que los mocos bajen al pecho, ya los va a fabricar el pulmón si lo necesita para defenderse (como en caso de bronquiolitis).
Como decía, los que pasan a la garganta y se tragan, van al estómago, y siguen el camino habitual que todo lo que va por el tubo digestivo; así que los veréis en las cacas del niño, que cambian de aspecto si ha tragado muchos mocos.
A menudo también son vomitados, sin que eso quiera decir que sean mocos más graves.
9. La leche de vaca no produce mocos.
La leche de vaca producirá problemas a los niños alérgicos a las proteínas que la componen, o a algunos que tengan una intolerancia transitoria a la lactosa; pero no mocos.
10. Podemos aliviar al niño quitándole los mocos.
Los niños mayorcitos, aunque con no demasiado decoro, saben quitárselos solos; pero los lactantes pequeños no saben.
Y a ellos sí se les puede ayudar, con lavados de suero salino.
En definitiva, que con los mocos sucede más o menos lo que con la fiebre: tienen mala fama, pero son necesarios para el correcto funcionamiento del cuerpo.
A armarse de pañuelos –desechables, preferentemente– y paciencia…